Por Flor Cabrera
El coaching es un proceso de aprendizaje, de darse cuenta y ver la vida, el mundo y las circunstancias con una mirada distinta.
Leí de Leonard Wolk una metáfora que me pareció muy apropiada en la que explica que cada persona es fuego y donde el rol del coach es soplar las brasas para que cada fuego arda en su máxima expresión y las llamas puedan verse desde lejos.
Personas de diversas ramas con deseos de servir, de probar, de crecer han entrado al mundo del coaching viendo la posibilidad de acompañar a otros a desarrollarse y auto-desarrollarse personal, profesional y económicamente. A esas personas va dirigido este escrito con el firme propósito de recordarles y recordarme lo vital al momento de coachear:
Para ser buen coach, hay que ser buen coachee. Es sencillo, si quieres conectar con otros se requiere permitir a otros que conecten contigo; que vean tus luces y tus sombras; tus éxitos y tus fracasos.
Para ser buen coach hay que reconocer las emociones y habitarlas; no se vale huir de la tristeza, la rabia o el miedo.
Para ser buen coach auto-obsérvate, tus pensamientos, tu cuerpo, tu lenguaje. Investiga sobre ti, tus ancestros, el embarazo y parto de tu madre para que llegaras al mundo, la historia de tus padres y hermanos; porque tus coachees también tienen historia.
Para ser buen coach, hazlo desde tu dolor, desde tu alegría, desde tu pérdida, desde tu duelo, desde tu amor.
Al final eso es el coaching, amor. Al final ese es el propósito de todo lo que hacemos, amar. Al final esa es la misión, ser y entregar amor.